martes, 17 de abril de 2018

Cruzada, Motivaciones y Guerra Santa


La visión que tenemos de las cruzadas está muy influenciada por las ideas occidentales actuales. Para los musulmanes las cruzadas representan una agresión de Occidente en terrenos santos para tres religiones (judía, musulmana y cristiana), para ellos, el occidental saqueó, violó y mató a todo aquel que no profesara su religión. Para los occidentales las cruzadas representan una peregrinación armada en contra del agresor musulmán que tomó la tierra sagrada en donde nació Jesucristo. El Historiador José Marín en su libro Cruzada, Guerra Santa y Yihad. La Edad Media y Nosotros señala “que en Occidente, cuando oímos la palabra “cruzada”, no escuchamos lo mismo que un musulmán, y no relacionamos tal palabra con “Guerra Santa””. (45-46)

La idea de una cruzada a tierra santa se comenzó a gestar cuando “en febrero de 1095, el Papa Urbano II, de camino a Francia, recibió en Piacenza a los emisarios enviados por el emperador Alejo I Comneno en busca de ayuda para hacer frente a los turcos. En realidad, Bizancio no estaba en peligro, pero necesitaba tropas para explotar las divisiones entre los selyúcidas”. (Madden 36) Bizancio envía emisarios a Occidente en busca de mercenarios que pudieran servir al emperador en su reconquista de los territorios tomados años antes en la batalla de Manzikert, por los turcos selyúcidas, quienes habían arrasado con el ejército bizantino perdiendo territorios importantes de Asia menor. “En el año 1071, el Emperador Romano IV Diógenes (1067-1071) respondió invadiendo el territorio selyúcida, donde sus tropas sufrieron una descomunal derrota de manos del sultán Alp Arslan (1063-1072) en Manzikert, cerca del lago Van, en Armenia (la actual Turquía)”. (Madden 34-35)

En 1095, la máxima autoridad de la cristiandad occidental, el Papa Urbano II, hacía un llamamiento para emprender una peregrinación armada hacia Oriente, lo que actualmente conocemos con el nombre de cruzada. No existe ninguna versión oficial del llamamiento del pontífice, lo que hace muy difícil conocer las reales intenciones expresadas en el concilio de Clermont-Ferrand. En los hechos, Urbano II propuso una intervención bélica contra los musulmanes que habían tomado Tierra Santa y parte del Imperio Bizantino.

El 27 de noviembre de 1095, Urbano II lanzó en Clermont su llamamiento a la cruzada. La muchedumbre le respondió con el grito: “Dios lo quiere”. Aquél concilio, se dice con razón, no estaba dedicado esencialmente a la cruzada. Trató diversos problemas, en particular de la paz de Dios y de la excomunión del rey Felipe I por su bigamia. Esto es cierto, pero tuvo lugar también sólo algunos meses después del concilio de Piacenza, donde fue oída la demanda de Alejo, y donde nació la idea de cruzada. El llamamiento del Papa, por tanto, no fue ni fortuito ni improvisado. (Flori, La Guerra Santa 303)

La historiografía ha interpretado, a través de los testimonios de testigos y las cartas posteriores del mismo Papa, a este llamamiento en peregrinación armada a Oriente como una guerra santa contra el musulmán invasor. “Todos aquellos que quisieran ir tenían que jurar un voto de peregrinaje que les comprometía a seguir el camino de Dios hasta el final, o bien hasta la muerte. En compensación, la Iglesia asumía la protección de sus tierras y garantizaba el perdón de sus pecados”. (Madden 36)

Para la historiografía, en esa época la palabra cruzada aun no existía, según Madden “hubo de pasar bastante tiempo antes de que la idea de cruzada pasase a formar parte del pensamiento cristiano. El mismo término «cruzada» deriva del latín cruciatus o cruce signatus («el que lleva el signo de la cruz»), pero la noción de cruzada tan sólo empezó a definirse en tiempos del Papa Inocencio III (1198-1216)”. (51)

Para Marín, la palabra cruzada en este período no existía pero desde el siglo XVIII ha sido aceptada por los historiadores, en cambio la palabra cruzado si se empleaba en ese tiempo;

Señala Peter Partner que “las palabras croisé y croisade (…) no fueron usadas por Urbano (II) en su época, ni fue usada por persona alguna en francés o latín hasta la época de la Tercera Cruzada (1189-1193) a fines del siglo XII. Pero prácticamente todos los historiadores modernos desde el siglo XVIII (cuando la palabra inglesa crusade fue inventada) han aceptado este anacronismo”. Si el término cruzada es una creación lingüística más reciente y, por tanto, ausente en las fuentes medievales tempranas, la palabra “cruzado”, quien lleva la marca de la cruz (crucesignatus), si existía. (59)

Hasta el día de hoy persisten algunas interrogantes que no se han podido verificar a lo largo de la historia en torno a las cruzadas, dentro de ellas están las motivaciones que llevaron a los cruzados a dejar sus tierras y acudir al llamado del Papa y también si la primera cruzada realmente fue una Guerra Santa o solo una excusa para reconquistar territorios perdidos y establecer el dominio de Occidente en una zona estratégica.

No son pocas las dudas que se tienen de las motivaciones que impulsaron a los cruzados a Tierra Santa. En el año 1.000 el hombre medieval estaba acostumbrado a la guerra, debido a las invasiones de normandos, húngaros y sarracenos, y pudo haber visto en este peregrinaje una opción de librar batalla en otro sitio que no fuera Europa, ya que las guerras estaban prohibidas por la paz de Dios. Para Flori,

La cruzada no sólo se explica por la situación social de Occidente. Desde hace unos cincuenta años, se ha hecho hincapié sobre este único aspecto, presentando a esta parte del mundo como una región perpetuamente agitada por guerras intestinas, y a la cruzada como un exutorio necesario, como una especie de válvula de seguridad para los caballeros molestos por las obligaciones de una paz de Dios que prohibía las guerras privadas. Occidente habría resuelto, en cierto modo, sus problemas internos exportando la violencia, enviando a sus peores agitadores a combatir lejos de sus fronteras. Aunque hay una parte de verdad en esta percepción de las cosas, ello sólo es válido para una ínfima parte de los contingentes cruzados. (Flori, La Guerra Santa 294)

La idea que se desprende del llamamiento del Papa, si bien era la de un peregrinaje de reconquista contra el infiel musulmán, en donde la meta era recuperar Jerusalén, utilizando la guerra como medio y con el fin de lograr la salvación a través de la cruzada, también desprende que podía existir otros motivos, además de los religiosos, Madden indica “los motivos de los cruzados debieron de ser en buena parte religiosos. Pero el canon segundo del concilio de Clermont sugiere que tal vez hubiese algo más: «Todo aquel hombre que parta por pura devoción, no para buscar fama ni riqueza, sino para liberar a la Iglesia de Dios en Jerusalén, se verá libre de toda penitencia»”. (38)

Para Flori, es aún más evidente que si bien la cruzada tenía una motivación religiosa, también existían otras motivaciones mundanas,

El argumento siempre evocado de Clermont no tuvo ningún alcance, pues sólo valió para los que emprendieron la ruta como penitentes. Pero, ¿y los otros? ¿Cómo puede afirmarse que todos partieron por aquel solo motivo? Ello constituye una verdadera petición de principio a la que se oponen completamente a la vez la actitud real de la mayor parte de los cruzados, los textos antes citados y hasta el decreto de Clermont: por su misma restricción, subraya que la búsqueda de riqueza y de gloria formaba parte de las motivaciones naturales de los cruzados. (Flori, La Guerra Santa 316)

Para Eberbard, las motivaciones de los cruzados no solo se deben buscar en el ámbito de lo religioso,

También intervinieron factores económicos y sociales en mayor medida de lo que se admite por regla general. En la discusión especializada más concreta se han dejado un poco de lado, aunque tienen gran importancia en el problema. Se ha señalado constantemente el deseo de aventuras de los caballeros y su ansia de botín. En Oriente parecía especialmente atractiva la posibilidad de hacer fortuna con rapidez y alcanzar una posición más importante que la que permitían las circunstancias en la vieja patria. (37-38)

Y es una visión válida desde el punto de vista del hombre actual, en donde la búsqueda de riquezas, fama y tierras, son los elementos que mueven a las personas, y porque no también en la edad media a los caballeros que no podían optar a estas ganancias en su tierra natal.

Para el historiador Jacques Le Goff, las cruzadas son solo una excusa para exportar la guerra a Oriente, en su libro La Civilización Medieval señala que,

Cuando Urbano II en el 1095 encendió el fuego de la cruzada en Clermont, cuando san Bernardo lo atizó en el 1146 en Vézelay, pensaban transformar la guerra endémica de Occidente en una causa justa, la lucha contra los infieles. Querían purgar a la humanidad del escándalo de los combates entre correligionarios, dar al ardor belicoso del mundo feudal una salida digna, indicar a la cristiandad el gran objetivo, el gran proyecto capaz de forjar la unidad de pensamiento y de acción que le faltaba. (60)

Además, Le Goff realiza una crítica a las motivaciones de los cruzados, “no cabe duda que la cruzada les pareció a los caballeros y a los aldeanos del siglo XI —aunque este impulso no estuviera claramente formulado ni experimentado por los cruzados— una salida al exceso de población, y el deseo de tierras, de riquezas, de feudos más allá del mar fue un cebo primordial”. (59)

Quizás nuestra visión actual no nos permite ponernos en el lugar del cruzado, comprometido con el llamado del Papa a este peregrinaje, y es que es muy difícil imaginar, con el estilo de vida que tiene la humanidad hoy, que un grupo de hombres lo dejaran todo para partir a un peregrinaje armado cuyos fines fueran liberar Tierra Santa y limpiar sus pecados.

Es posible que esa tendencia tan propia de nuestros tiempos a mostrarnos escépticos ante las motivaciones religiosas y espirituales nos impida entender con claridad las cruzadas. Y es que la idea de la Guerra Santa estaba plenamente asumida por aquel entonces, pero por lo general la gran masa la interpretaba como un modo de alcanzar la salvación a costa de la vida de los enemigos de la fe. El Papa Urbano II, que dio a este concepto una nueva dimensión al asociarla con la indulgencia de los pecados, dejó claro que la ambición personal no había de convertirse en el objetivo de los cruzados. (Madden 39)

En la actualidad está vigente el debate sobre si la cruzada es una Guerra Santa, una Guerra Justa o una especie de Yihad. Debido al escenario actual del mundo, en donde extremistas musulmanes han proclamado una Yihad contra Occidente, y donde podemos ver en las noticias atentados en diversos puntos del planeta, cabe preguntarse si verdaderamente la cruzada fue una Guerra Santa proclamada por Dios, si cumplía con los requisitos de una Guerra Justa y si se le puede equiparar a la Yihad islámica.

Las dudas surgen debido a que dentro del pensamiento cristiano y basado en la doctrina cristiana del no matar, ¿es posible que el Dios de Jesucristo llame a una cruzada contra un pueblo que no tiene las mismas creencias? Si bien en el antiguo testamento, el Dios de Israel es un Dios castigador y guerrero, el Dios de los cristianos a través de Jesucristo proclama el amor hacia el prójimo, la tolerancia a la diversidad y la piedad. Y todo esto difiere de las cruzadas, en donde Dios a través de la cabeza de la Iglesia de Occidente llama a una Guerra Santa contra los musulmanes.

Para Riley-Smith en su libro ¿Qué Fueron las Cruzadas?, desde el siglo IV se creía que existían ocasiones en las que la lucha armada es justificable, y en ciertas circunstancias “puede no aplicarse el quinto mandamiento, que contiene la prohibición divina del homicidio”. (29). Las circunstancias que describe son dos, la Guerra Justa que “parte de la premisa de que la violencia es un mal, pero, en condiciones intolerables y a condición de que ésta se someta a unas normas estrictas, Dios puede perdonar una guerra y considerarla como un mal menor” (Riley-Smith 29) y la Guerra Santa, que “aceptaba comúnmente que la violencia no era un mal intrínseco, sino que era moralmente neutra, y que su valor moral se derivaba de las intenciones de sus perpetradores. Por tanto, desde una perspectiva teórica resultaba posible concebir una violencia «buena» e incluso una persecución «justa»”. (Riley-Smith 30)

El concepto de Guerra Justa, ha sido empleado desde la Antigüedad, siendo el filósofo griego Aristóteles en su libro la Política quien acuño la expresión “Guerra Justa”.

La guerra representaba una forma natural de adquisición para el Estado, pero no debía suponer un fin en sí misma. Podía hacerse uso legítimo de ella en defensa propia, para evitar la esclavización del Estado; para conseguir un imperio que beneficiase a los habitantes del Estado conquistador; o para esclavizar a sujetos no helénicos que lo merecieran. La clave residía en la justicia de los fines para los cuales se había desplegado la batalla. (Tyerman 40)

Para el historiador Tyerman en su libro Las Guerras de Dios, la guerra “estaba justificada en caso de que una de las partes fuera culpable de haber roto un acuerdo o haber cometido injusticia sobre el contrario” (40) y para que una guerra sea justa “necesita de una causa justa; su objetivo debe ser o bien la defensa, o bien la recuperación de una posesión legítima; la autoridad legal debe autorizarla; los combatientes deben sentir como motivo el de un objetivo justo”. (Tyerman 42)

Para Marín, “sólo se puede hablar de “Guerra Santa” cuando se incorpora una recompensa celestial –especialmente el martirio, pero también la remisión de los pecados- a quienes mueran en el campo de batalla defendiendo una causa que deba ser justa y legítima”. (77)

Para Tyerman una Guerra Santa “dependía de la voluntad divina, constituía un acto religioso, estaba dirigida por el clero o autorizada a los gobernantes laicos por inspiración divina y les ofrecía recompensas espirituales; en cambio, la Guerra Justa formaba una categoría legal justificada por la necesidad, la conducta y los fines seculares y atraía beneficios temporales”. (43)

Para García en su libro La Edad Media Guerra e Ideología Justificaciones Religiosas y Jurídicas, desde Gregorio VII se venía formando la idea de una Guerra Santa contra los musulmanes, debido a las persecuciones de estos hacia los cristianos de oriente. Y la idea tomo más fuerza con Urbano II, ya que “nunca hasta ahora se puso tanto énfasis en la situación de desamparo e injusticia en la que vivían aquellos, de manera que su liberación o la venganza por sus sufrimientos se convirtió en uno de los argumentos recurrentes a la hora de motivar una guerra ofensiva contra los infieles”. (García 174)

Grousset señala que la idea de Urbano II se distinguió de las anteriores por su carácter religioso internacional,

El Papa llamó a la lucha contra el Islam a toda la Cristiandad. Desde que los primeros califas árabes proclamaron contra los cristianos el chihad, la guerra santa musulmana, los estados cristianos, a pesar de su carácter confesional que hemos subrayado en ellos, no opusieron al Islam sino una resistencia aislada; y aun cuando hubo de su parte guerra religiosa, no dejaba de ser una guerra nacional, hasta una guerra de nacionalidad (Bizancio, Armenia). Con Urbano II, la cristiandad responde al Islam con una guerra santa general. En ese sentido, la cruzada se opone y se iguala verdaderamente al chihad, puede decirse que la cruzada es un contra chihad. (22)

Pero no todas las guerras contra los musulmanes son guerras santas, como indica Marín “sólo las guerras contra los infieles del siglo XI en adelante, y no todas, pueden calificarse de “Guerra Santa” y cruzada, siempre que se cumplan las características ya señaladas, pues, según se ha especificado, uno y otro termino no son necesariamente sinónimos”. (132) Si bien la cruzada posee todas las características de una Guerra Justa, ya que se ajusta “a los criterios de la causa justa, la autoridad del príncipe y la intención correcta”. (Riley-Smith 32) y además cumplía con los criterios de una Guerra Santa, al estar autorizada por el clero, de inspiración divina y con una recompensa espiritual, posee una característica particular, “una cruzada era una clase especial de Guerra Santa porque llevaba implícito un componente penitencial”. (Riley-Smith 31)

Para Flori la cruzada es el resultado de un lento proceso de varios siglos que condujo a la Iglesia desde la no violencia al uso sacralizado de las armas, “pues la cruzada, desde el origen, no fue solamente una loable peregrinación armada, como hoy se tiende a decir; fue también, y tal vez sobre todo, una “Guerra Santa”, o, mejor dicho, una guerra sacralizada, en la medida que el concepto mismo de Guerra Santa parece inaceptable en nuestra época”. (Flori, La Guerra Santa 12)

Por lo general se confunde como sinónimos la palabra Yihad con Guerra Santa, y en la actualidad el debate está más abierto que nunca. Para Flori;

La palabra yihad, que generalmente se traduce por «Guerra Santa», expresa una noción mucho más amplia que ese único aspecto belicoso: puede traducirse por «esfuerzo realizado en la vía de Dios». Reviste un sentido general y puede aplicarse a toda iniciativa loable que tenga como finalidad el triunfo de la verdadera religión sobre la impiedad, y puede aplicarse así al esfuerzo de purificación moral individual del creyente. Existen varias especies de yihad que no tienen nada que ver con la guerra. El Corán habla, por ejemplo, del yihad del corazón, del yihad de la lengua (Corán III, 110, 114; Corán IX, 7), etc. No se puede, pues, identificar estrictamente yihad y Guerra Santa. Yihad tiene un significado más amplio, aunque el término, en cambio, recupera asimismo la noción de combate guerrero, expresado mediante el «yihad de la espada». (Flori, Guerra Santa, Yihad…74)

Si empleamos el termino Yihad como Guerra Santa contra los infieles, la diferencia entre la Guerra Santa y cruzada de los cristianos y el Yihad musulmán, es que la sacralización de la guerra en Occidente fue el resultado de una evolución de cerca de mil años, mientras que el Yihad es original de la religión musulmana. “La cruzada fue una Guerra Santa que, para responder al yihad que encontró al termino de dicha evolución doctrinal de mil años, dio la espalda a la doctrina del Evangelio y de la Iglesia primitiva para extraer de las «Guerras del Padre Eterno» relatadas en el Antiguo Testamento argumentos destinados a alimentar su nueva actitud”. (Flori La Guerra Santa 349)

El cristianismo primitivo condenaba la violencia, el mismo Jesucristo practicaba la no violencia, y el perdón de las ofensas, en cambio;

El islam no tuvo, desde sus orígenes, ninguna reticencia respecto a la acción guerrera. No fue condenada ni por revelación coránica ni por el comportamiento real de su fundador. Mahoma, contrariamente a Jesús, no sólo no rechazó el uso de la violencia armada, sino que él mismo la practicó como jefe de tropas, la predicó en varias circunstancias y no dudó incluso en hacer asesinar a algunos de sus adversarios, en particular a los poetas árabes que lo habían ridiculizado en sus canciones. (Flori, Guerra Santa, Yihad… 75)

Por lo tanto el Yihad islámico y la Guerra Santa no serían sinónimos, ya que sus orígenes difieren, y la cruzada como una Guerra Santa que pretendía liberar Jerusalén y entregaba recompensas espirituales a los cruzados llamados en esa primera cruzada, también difiere del concepto de Yihad islámica, ya que la cruzada fue en un tiempo determinado, y no algo duradero en el tiempo hasta la actualidad, como si lo es el Yihad.

Entonces ¿podemos llamar a la primera cruzada como una Guerra Santa? Cumple con las características de una Guerra Santa, pero no se debe olvidar que;

De aquellos que libraban una guerra legítima se esperaba, pues, una actitud apropiada a la recta intención que les guiaba, lo que suponía un ánimo piadoso, justiciero y obediente, una rectitud moral, una disposición interna pacífica, impregnada de benevolencia. Este buen celo excluía que la intención del combatiente al librar la guerra pudiera basarse en el odio al enemigo, en el deseo de venganza, en la ambición política, en la esperanza de conseguir botín o en la simple crueldad. (García 57)

Es en este punto, en el de las intenciones de los cruzados, en donde se produce una ruptura con la idea de una Guerra Santa, son varios los testimonios que se tienen en el presente acerca de las atrocidades cometidas por los cruzados en su paso a Tierra Santa, situaciones indefendibles, que hasta el día de hoy los musulmanes recuerdan con horror.

Según el historiador árabe Ibn al-Atir en su paso por Maarat los cruzados francos, a los cuales denomina frany, prometieron perdonarles la vida a los musulmanes si detenían la lucha, relata que “al alba llegan los frany: es una carnicería. Durante tres días pasaron la gente a cuchillo, matando a más de cien mil personas y cogiendo muchos prisioneros”. (Maalauf 68)

Las atrocidades cometidas por los frany en Maarat también han sido descritas por occidentales, el historiador francés Raúl de Caen relata, “en Maarat, los nuestros cocían a paganos adultos en las cazuelas, ensartaban a los niños en espetones y se los comían asados” (Maalauf 68), también hay testimonio en cartas oficiales “así lo afirmarán sus jefes al año siguiente en una carta oficial al Papa: Un hambre terrible asaltó al ejército en Maarat y lo puso en la cruel necesidad de alimentarse de los cadáveres de los sarracenos.” (Maalauf 69)

El cronista francés de la primera cruzada, Alberto de Aquisgrán, que participó en la batalla de Maarat relata, “¡A los nuestros no les repugnaba comerse no sólo a los turcos y a los sarracenos que habían matado sino tampoco a los perros!” (Maalauf 70)

Los cruzados no cesaron en sus atrocidades, al tomar la ciudad de Jerusalén y llegaron a un trato con el ejército musulmán,

Los frany cumplieron su palabra, y los dejaron marchar por la noche hacia el puerto de Ascalón, donde se afincaron –contará concienzudamente Ibn al-Atir, antes de añadir-: A la población de la ciudad santa la pasaron a cuchillo, y los frany estuvieron matando musulmanes durante una semana. En la mezquita al-Aqsa, mataron a más de setenta mil personas. E Ibn al-Atir, que evita citar cifras incomprobables, puntualiza: Mataron a mucha gente. A los judíos los reunieron en su sinagoga y allí los quemaron vivos los frany. Destruyeron también los monumentos de los santos y la tumba de Abraham -¡la paz sea con él! (Maalauf 85)

Los árabes recuerdan hasta el día de hoy cuando el sucesor del profeta Mahoma, el califa Umar tomo Jerusalén en el año 638, y prometió que se respetaría la vida y los bienes de todos los habitantes.

Mientras se hallaba en la Iglesia de la Qyama, el Santo Sepulcro, como había llegado la hora de la oración, Umar le había preguntado a su anfitrión donde podría extender su alfombra para prosternarse. El patriarca lo había invitado a permanecer donde estaba, pero el califa había contestado: «Si lo hago, los musulmanes querrán apropiarse mañana de este lugar diciendo: Umar ha orado aquí». Y, llevándose su alfombra fue a arrodillarse fuera. Estuvo en lo cierto, pues en ese mismo lugar fue donde se construyó la mezquita que lleva su nombre”. (Maalauf 86)

Un comportamiento totalmente distinto al de los cruzados al tomar Jerusalén, “Una de las primeras medidas que toman los frany es la de expulsar de la Iglesia del Santo Sepulcro a todos los sacerdotes de los ritos orientales –griegos, georgianos, armenios, coptos y sirios-, que oficiaban en ella conjuntamente en virtud de una antigua tradición que habían respetado hasta entonces todos los conquistadores”. (Maalauf 86)

            Las motivaciones de los cruzados seguirán siendo tema de investigación en la Historia, por el momento no es posible llegar a una conclusión del motivo que llevo a los cruzados a partir a Tierra Santa, no se puede aplicar una generalización a la masa de cruzados que viajaron, pero tampoco se puede descartar que más de alguno tuviera otras intenciones menos religiosas.

Lo que si se tiene claro, es que a pesar de tratarse de un peregrinaje armado a Tierra Santa, las intenciones detrás de quienes la formularon era recuperar terrenos santos para la cristiandad, si bien los cruzados se establecieron por años en los reinos latinos de Oriente, y saquearon y mataron a los que no compartían su religión, la intención detrás de la primera cruzada, más allá de enviar ayuda a Bizancio, era una cruzada para liberar la ciudad celestial en la tierra.

Para Riley-Smith, las cruzadas son una gran enseñanza para Occidente,

Para bien o para mal, introdujeron fuerzas nuevas en la política de la región del Mediterráneo oriental que perdurarían más de seiscientos años y contribuyeron a fomentar elementos de la cristiandad latina que ahora se consideran intrínsecos a ella. No se puede adoptar una actitud indiferente respecto a su historia: se concibieron para prestar apoyo a una causa que ha sido descrita como la más noble y la más vil, y a lo largo de los siglos los hombres han acudido a ellas para recibir inspiración o para aprender una lección sobre la corruptibilidad humana. (23)

Podemos llamar a la primera cruzada una Guerra Justa, porque posee todas las características que la hacen justa, podemos decir que fue una Guerra Santa, en teoría, porque también cumple con esas características, aunque las atrocidades cometidas por los cruzados en su paso por Oriente impiden verla como una causa justa, el fin no justifica los medios, y en este caso los saqueos, matanzas y el canibalismo demostrado llevan a pensar que las intenciones cruzadas no eran las más santas.

Dejando de lado las circunstancias del peregrinaje, la primera cruzada cuenta con las características que la convierten en una Guerra Santa, no así en un sinónimo del Yihad islámico, ya que la cruzada tenía un fin, el que se cumplió cuando los cruzados tomaron Jerusalén, y formaron los estados latinos en Oriente. Hilarie Belloc en su libro Las Cruzadas indica que solo existió una cruzada, la primera, ya que fue la única que cumplió su propósito, que era liberar Jerusalén,

No hubo en realidad, sino una sola Cruzada,… la gran irrupción de toda Europa occidental en Oriente para el rescate del Santo Sepulcro. Y ésta había fracasado luego de transcurrido lo que dura una larga vida de hombre, porque al caer Jerusalén en manos de los infieles desapareció el propósito de la gran campaña primitiva, y sus frutos se perdieron. (342)

La cruzada cumplió su objetivo, y cuando Jerusalén paso a manos de los musulmanes en 1187, ese objetivo se terminó, posteriormente se realizaron otras cruzadas, pero solo la primera puede ser considerada una Guerra Santa, todas las demás son incursiones armadas que finalizan en 1291, y desde ahí la cristiandad occidental nunca más ha vuelto a proclamar otra Guerra Santa. Muy distinto a la situación del Islam, que desde su fundación ha optado por mantener una lucha armada contra los infieles hasta el día de hoy.

Si se mira desde la óptica actual, la primera cruzada puede ser catalogada como una reconquista de territorios en un punto estratégico para el comercio de Europa y Oriente, para Le Goff, “el efímero establecimiento de los cruzados en Palestina fue el primer ejemplo de colonialismo europeo y que, como precedente, está pletórico de enseñanzas para el historiador”. (60)

Pero de lo que no hay duda es que la cruzada marca el inicio de la hegemonía de Occidente en el mundo, el historiador Steven Runciman lo señala mejor al decir que;

Tanto si las consideramos como la más grandiosa y más romántica de las aventuras cristianas o como la última de las invasiones de los bárbaros, las cruzadas constituyen un hecho central en la Historia de la Edad Media. Antes de su iniciación, el centro de nuestra civilización estaba situado en Bizancio y en los países del Califato árabe. Antes de su desaparición, la hegemonía de la civilización se había desplazado a la Europa occidental. (13)


Bibliografía 

·         Belloc, Hilaire. Las Cruzadas. Buenos Aires: Emecé Editores, 1951. Impreso.

·         Eberbard Mayer, Hans. Historia de las Cruzadas. Toledo: Ediciones Istmo, 2001. Impreso.

·         Flori, Jean. Guerra Santa, Yihad, Cruzadas, Violencia y Religión en el Cristianismo y el Islam. Granada: Editorial Universidad de Granada, 2004. Impreso.

·         Flori, Jean. La Guerra Santa. La Formación de la Idea de Cruzada en el Occidente Cristiano. Madrid: Editorial Trotta, 2003. Impreso.

·         García Fitz, Francisco. La Edad Media Guerra e Ideología Justificaciones Religiosas y Jurídicas. Madrid: Silex Ediciones, 2003. Impreso.

·         Grousset, René. Las Cruzadas. Argentina: Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1965. Impreso.

·         Le Goff, Jacques. La Civilización del Occidente Medieval. España: Editorial Paidos, 1999. Impreso.

·         Maalouf, Amin. Las Cruzadas Vistas por los Árabes. Madrid: Alianza Editorial, 2010. Impreso.

·         Madden, Thomas F. Cruzadas, Cristiandad, Islam, Peregrinación, Guerra. Barcelona: Editorial Blume, 2008. Impreso.

·         Marín Riveros, José. Cruzada, Guerra Santa y Yihad. La Edad Media y Nosotros. Valparaíso: Ediciones Universitarias de Valparaíso, 2003. Impreso.

·         Riley-Smith, Jonathan. ¿Qué Fueron las Cruzadas? Barcelona: Editorial Acantilado, 2012. Impreso.

·         Runciman, Steven. Historia de las Cruzadas vol. 1. Madrid: Editorial Alianza, 1987. Impreso.

·         Tyerman, Christopher. Las Guerras de Dios. Barcelona: Editorial Crítica, 2007. Impreso.

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