El arte
según la Real Academia de la Lengua Española es la “manifestación
de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y
desinteresada que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos, lingüísticos
o sonoros”. En la actualidad no existe un consenso acerca de a qué se le puede
llamar arte, ya que se engloba a todas las creaciones realizadas por el ser
humano que expresan una visión del mundo.
Con
el correr de la historia, este debate se ha visto enriquecido por numerosas
teorías, una de ellas es la propuesta por Wilhelm Worringer, quien en su libro Abstracción y Naturaleza
indica que “el valor de una obra de
arte, aquello que llamamos su belleza, reside […] en sus posibilidades de
brindar felicidad. Y es obvio que existe una relación causal entre éstos y las
necesidades psíquicas a que corresponden. La voluntad artística absoluta es,
pues, la norma para valorar la calidad de estas necesidades psíquicas[1]”.
Para
Worringer lo importante de una obra es la voluntad artística absoluta “aquella
latente exigencia interior que existe por sí sola, por completo independiente
de los objetos y del modo de crear, y se manifiesta como voluntad de forma[2]”, ya
que la historia evolutiva del arte es una historia de la voluntad, por lo tanto
“las particularidades estilísticas de épocas pretéritas no se deben, pues, a
una falta de capacidad, sino a una voluntad orientada a otro sentido[3]”. Con esto explica que las diferencias de estilo
de los griegos y los orientales no se debe a los factores de la antigua
concepción de la capacidad, en donde el propósito utilitario, la materia prima
y la técnica eran factores importantes, sino a una voluntad distinta,
abstracta, alejada del arte figurativo y del impulso de imitación.
La voluntad artística está
determinada por el afán de abstracción que es consecuencia de una intensa
inquietud interior del hombre ante los fenómenos del mundo que lo rodea, a
diferencia del afán de proyección sentimental que se basa en el comportamiento
del sujeto que contempla la obra y está condicionada por la comunicación entre
el hombre y los fenómenos del mundo. La abstracción se desarrolla sobretodo en
los pueblos civilizados de oriente quienes aproximan el objeto a su valor
absoluto, logran la satisfacción y la felicidad, que en el arte figurativo, la
belleza de lo naturalista le entrega a occidente.
La
teoría de Worringer nos entrega un importante aporte para entender el arte, sus
motivaciones y el momento primario de toda creación artística, y a través de
ella poder estudiar las diversas culturas y la Historia del hombre.
A
través del arte y sus diversas expresiones artísticas (escultura, pintura, arquitectura, música, etc.) podemos aprender del pasado y de la historia de un
pueblo. Un importante aporte a este punto lo entrega Alois Riegl en su obra “El
Culto Moderno a los Monumentos”, en donde realiza una relación entre una obra
de arte y un monumento histórico, ya que para Riegl ambos poseen un valor
histórico y artístico. “Todo monumento artístico es al mismo tiempo un
monumento histórico, pues representa un determinado estadio de la evolución de
las artes plásticas para el que […] no se puede encontrar ninguna sustitución equivalente.
Y a la inversa, todo monumento histórico es también un monumento artístico[4]”.
“Por monumento, […] se entiende una obra
realizada por la mano humana y creada con el fin especifico de mantener hazañas
o destinos individuales siempre vivos y presentes en la conciencia de las
generaciones venideras[5]”.
A
través de estos monumentos se puede aprender de la historia de un pueblo, estos
testimonios que traspasan el tiempo son vitales para conocer las costumbres,
tradiciones y rituales de los pueblos, aunque muchas veces se presenten deteriorados
o aún cumplan algún fin utilitario que no permita su conservación. Ante este
panorama se presenta la disyuntiva de la conservación o la restauración de
monumentos, para responder a este problema Riegl propone dos grupos de valores,
los valores rememorativos y los contemporáneos. Los valores rememorativos son: el
valor de antigüedad (idea del tiempo transcurrido desde su génesis, se revela
en las huellas que deja en el monumento), el valor histórico (representa una
etapa determinada) y el valor rememorativo intencionado (propósito de
posteridad). Los valores contemporáneos son: el valor instrumental (fin
práctico), el valor de novedad (sin deterioro) y el valor artístico relativo (naturaleza de
la concepción del monumento).
Aunque estos
valores muchas veces entren en conflicto, es necesario que se tomen medidas en
la conservación y restauración de monumentos, ya que son una fuente importante
para el estudio y la enseñanza de la historia.
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